Maniobrando las voces de muertos célebres y anónimos que nos hablan a través de incisivos epitafios, Mora consolida una ambiciosa pretensión: vincular su obra al horizonte histórico del país, emprendiendo a partir de ese diálogo una labor desmitificadora caracterizada por la ironía y reflexión implacables frente a cualquier discurso oficial o versión hegemónica. Los poemas-lápida de quienes habitan este animado camposanto —diestros hombres precolombinos, conquistadores, esclavos, libertadores, artistas, dirigentes obreros, niños de la calle— son a la vez las losas componentes del camino imaginado para que esa abigarrada multitud se encuentre y concilie, como soñó Vallejo, «al borde de una mañana eterna / desayunados todos».
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