La muerte en Venecia: la soledad y la búsqueda del sentido

La muerte en Venecia es, junto con La montaña mágica, una de las obras cumbres del escritor alemán Tomas Mann. La novela relata la historia del escritor Von Aschenbach y sus conflictos existenciales y emotivos. Éste, al llegar a la mitad de su carrera como escritor, siente que toda su fama ha sido de poca o ninguna importancia, que la soledad pesa en su espíritu de forma indeseable. Se ausculta a sí mismo y se descubre viejo, acaso sin el sentido esencial de haber vivido. Es allí donde inicia un plan para su futura vida, aunque en sí mismo algo confuso, sin un rumbo definido. Decide viajar, liberarse y piensa que sólo Venecia podría darle la paz interior. Allí se instala en un hotel y comienza a absorber el clima y los paisajes. Lo fulmina la belleza divina de un niño llamado Tadzio. Es un encuentro simbólico con la inspiración, con la vida y la sensualidad. Este hallazgo lo transforma radicalmente y decide quedarse, aún a costa de perder la vida en esta ciudad debido a la peste asiática que se había desatado.

Mann construye a su personaje Aschenbach con caracteres burgueses. Es un hombre marcado por el rigor de haber creado obras monumentales en base a la disciplina, pero jamás en base a la inspiración. Digamos que su vida había sido insípida, sin sobresaltos. Su mundo era la intelectualidad. Jamás lo sensual, la real inspiración había llegado para él. Por eso sus encuentros son simbólicos. En parte para que la atención del lector no se pierda, mediante el uso de una prosa elegante y a veces lenta en descripciones, Mann teje la obra como un cuento largo. Existe una sola perspectiva, un solo acontecimiento general: el viaje hacia las esencias. Así como Dante desciende al infierno para hallarse, aquí Aschenbach lo hace al otro infierno que es Venecia, acaso simbolizada por la presencia de la peste asiática. Su inspiración no será una mujer, sino un joven de rasgos bellos y puros. El personaje allí se redescubre, encuentra en parte la razón de su angustia, la belleza es lo que cuenta para la inspiración. Existe la musa, existe la creación desde la contemplación. En ese encuentro, Aschenbach es feliz e infeliz al mismo tiempo; feliz por acceder a la admiración, infeliz por hacerlo desde un imposible. Su naturaleza lo empuja, pero su moral lo contiene, lo desarma hasta llenarlo de inesperadas respuestas.

De esta manera uno de los problemas que hallamos en la novela es eso, la conducta del escritor y su moral, la libertad absoluta y la ética. Aschebach no se conforma con seguir evolucionando hacia lo mismo, por eso siente que tras sus miedos existe algo que el deberá descubrir: “Era el deseo de huir de su obra, del lugar cotidiano, de su labor obstinada, dura, apasionada (…) cierto es que, desde joven, la disconformidad había sido para él la íntima naturaleza, la esencia del talento y que por ello había dominado y enfriado el sentimiento.”

He allí la causa para que busque la esencia de su vida. Pero no buscará sólo el paisaje, que en sí mismo ya es fuente de vida, sino algo que ni el mismo puede saberlo. Todo lo había ganado en el plano intelectual, el reconocimiento, la fama, el dinero; pero sólo había llegado por caminos que no le satisfacían en el fondo: “Podía afirmarse por eso que todo el desarrollo de su personalidad había consistido en subir hasta esa actitud digna de manera consistente y tenaz”. Las cosas objetivas influyen en él de manera deslumbrante. Cuando se encuentra con un extraño hombre en la puerta del cementerio le brota el deseo de viajar; cuando ve a Tadzio se impulsa a escribir.

Dentro de la novela encontramos ciertas ideas referidas al escritor y que son importantes para tomar en cuenta. Por ejemplo, Aschenbach reflexiona que toda obra literaria responde al impulso de su generación, a su mundo y a su momento. Y Aschenbach había sido eso: su obra era el modelo de clasicismo, de estilo y de pedagogía. No había traición en su pluma, en el fondo era sólo manipulado por el esfuerzo. Las ideas estéticas sobre la literatura eran revolucionarias de forma, ya que anteriormente él había escrito: “Todas las cosas grandes que existen son grandes porque se han creado contra algo, a pesar de algo: a pesar de dolores y tribulaciones, de pobreza y abandonos”. Sin embargo, él no es un escritor comprometido, si hablamos en términos de Sartre. Sus causas son puramente subjetivas, la belleza, la inspiración, la angustia, el deseo de redescubrirse.

El criterio de aprehender es lo que mueve a Aschenbach para destruir su pasado y entregarse a explorar sus límites. El anciano en el cementerio y el niño en el hotel son elementos alegóricos que lo impulsan a eso, para el bien o para el mal. En un primer análisis podríamos pensar que él quiere aventurarse frívolamente por Venecia, sin embargo, ese viaje tiene propiedades místicas. Ya no será el hombre-idea el que se entregue a revisar el paisaje, sino el hombre-sentimiento. Ahora lo sensual será el motor para que finalmente él decida descubrirse. La imagen del niño hermoso lo conmueve hasta el límite de sentir que toda su vida sólo estaba destinada para eso. El hombre en el cementerio puede estar simbolizando la idea, y el niño el sentimiento. Por eso dice el narrador: “La dicha del escritor es su posibilidad de transformar la idea enteramente en sentimiento y el sentimiento totalmente en idea”. Ahora aquí entra en juego la belleza como acto transformador. Aschenbach es un hombre cultivado en la tradición griega. La belleza allí era lo esencial, el fundamento que regía sus vidas. Por eso cuando Aschenbach había triunfado en su anterior vida lo había hecho sólo por la perseverancia de afinar el estilo; sin embargo, aún le quedaba por descubrir algo que iba más allá de eso. Cuando él contempla arrobado a Tadzio siente que es la justificación de todo lo que había hecho y de lo que tendría que hacer. Podría quedarse horas enteras mirándolo para inspirarse y crear una obra monumental, con una prosa magnífica. Las ideas eran valederas, pero lo esencial eran las pasiones interiores que se referían al sentimiento de lo bello.

Aquí también surgirá una lucha interior con él. A pesar de que quiera estar con el pequeño para admirarlo de por vida, eso era imposible. Quebraría su tabla ética, todo su mundo anterior se vendría abajo. Por eso Mann deja postular que las reglas no se pueden romper por seguir el instinto de naturaleza. Todo tiene sus límites. Sólo le queda la contemplación como recurso. Por eso Aschenbach, cuando muere por la peste, se queda contemplando por última vez la figura de su Tadzio. Aquí hallamos el símbolo viviente del escepticismo del hombre moderno que jamás podrá capturar la belleza entera. La palabra no podrá atenazar sus formas y morirse en esa percepción. Esa es la imagen agónica del mundo moderno.

La novela redefine el valor del mito de lo bello como accesible, pero intransferible. La belleza es una forma que se escapa a sus observadores cuando se la valoriza. Por eso la orfandad del espíritu, que se deja seducir ante patrones que lo hace sufrir. Mann explora esto con maestría en esta novela equilibrada con una prosa brillante, limpia, una de las mejores del siglo XX. La muerte en Venecia es todo un símbolo preciso de ciertos patrones que se van obstruyendo. Las ideas y los sentidos son contrarios, pero no se rechazan. Ambos pueden complementarse en una obra artística. Por eso aquí encontramos el justo medio para catalogar a esta novela como maestra.

La muerte en Venecia: la soledad y la búsqueda del sentido
Thomas Mann (1875-1955)

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